Consciente del interés o desinterés que este cuaderno pueda producir, como guía para perderse en la India, me propongo colgar durante los próximos días, semanas, el contenido del cuaderno negro que me acompañó mes y medio por el Ashram Partmath Niketan de Rishihesh (Uttarakhand-Himalayas) y Delhi, durante un incierto periodo de tiempo del año 2013. Será pues de literatura y viajes, el de un practicante y profesor de yoga al interior de la caldera de esta práctica, Rishikesh, y la mirada aviesa de un poeta que buscó perder su mirada…"escribir es un acto de irresponsabilidad, ir a la farmacia por dogmatil…" es la anotación que abre el cuaderno antes de la partida.
Los autobuses que iban al pasado, ya han partido.
Desde el Indhira Ghandi International Airport, sofocante viaje a la Old Delhi Train Station, sorteando al imposible camión que ocupa toda la calle, para descubrir que tanto el Utrandhal Express, como el Jan Jatadvi Train, están llenos…atravesar la ciudad para re encontrarme con su olor a queroseno picante. Tras el fracasado primer intento de aproximación a Rishikesh, me dirijo al primer sij (perteneciente a la confesión Singh, fantásticos proveedores de todo tipo de servicios) que veo aparecer para explicarle que tengo un problema: necesito llegar hoy a Rishikesh pese a los trenes sin plazas libres. Su negociación ante la ventanilla de la estación tampoco arroja ningún resultado, así que nos subimos a su rickshaw y aparecemos ante la puerta de un hotel. Me ofrecen habitación, comida, compras y explico de nuevo, con toda exactitud posible, mi situación: me encantaría descansar unas horas, tomar una ducha, un té e incluso comprar lanas de colores sino fuera por el pequeño e insignificante detalle de que ¡tengo que estar hoy en Rishikesh! Se inicia un ciclo de llamadas telefónicas destinadas a localizar a ese primo, pariente o amigo que hoy precisamente viaja y con su coche a esa ciudad…Son las ocho y media de la mañana, llevo 18 horas de viaje, y la negociación para alquilar transporte comienza en 5.600 rupias. Apenas consigo una rebaja de 600, las prisas son culpables, y me subo a un Tata local con aire acondicionado y con Durga (encarnación femenina de Shiva) en la guantera, subida a un león. El conductor, que dice ser de Rishikesh, desconoce la manera de salir de Dehli, así que no paramos de preguntar en cada cruce qué dirección, qué calle, qué camino hay que tomar. Finalmente cruzamos el río Yamuna, el sol (Surya) en todo lo alto y nos disponemos a adelantar a todo tipo de medios de locomoción con la alegría del cervatillo que se escapa del cercado. Sobre mi regazo la libreta negra y el Libro Rojo de Jung.
Es la temporada de las manzanas y de los cascos de moto y ambos proliferan en puestos minúsculos a lo largo de la cartera. En algún lugar, exactamente en medio de la nada, realizamos mi primer desayuno, unos plátanos, un té, unas chapati, y nos llevamos a tres jóvenes que buscan cómo llegar a su escuela. Son dos chicas y un varón, Sonia, Rubí, Amid. Rubí porta el tradicional sari y Sonia resulta ser peluquera en Delhi, lo que corrobora entregándome una tarjeta de su local (le prometo visitarla a mi vuelta). Atravesamos pueblos indefinidos donde la gente arregla las ruedas de sus camiones, motivo por el cual todo está lleno de baches…y el último monzón ha debido ser especialmente inmisericorde una vez más.
A 46 km. de Rishikesh (llevamos ya 5 horas de viaje para los 280 km que nos separan), comienzan a aparecer los llamados yóguicos, en forma de carteles anunciando gurús, escuelas, técnicas, linajes de yoga y una constructora de nueva filiación: ¡Marbella Buildings! Comemos, no hay que olvidar nunca el alimento, y Anshul (Kumar Singhal -driver- Tata India, mobil no. 0826731307), me deja sobre un puente para cruzar el río Ganjes (Ganga) al otro lado, donde se encuentra la mayor proliferación de Ashram (escuelas de yoga) del planeta. Las vacas comen plásticos de color verde, los monos sobre el puente se encargan de robarme los plátanos que cuelgan desaprensivamente de mi mochila y huele a palo santo, incienso, escape de moto.
Todavía realizo 4 km más a pie porque el puente sobre el que me depositan es el más alejado, de los dos que cruzan el río, con respecto a mi Ashram. Son pasos eternos que me aproximan, a la caída de la tarde, al lugar en el que pasaré el próximo mes. Ayer me despedía de los amigos en Madrid y ahora estoy perdido entre callejas sin asfaltar, árboles, tiendas, renunciantes con su escudilla, y una fauna nueva de sonidos, en un lugar santo. Es una emoción que me instala en la confusión y el vacío. Así que cuando atisbo la entrada al Parmath Niketan el sol se está poniendo, me acerco a pasos agigantados a la recepción y pronuncio casi desgañitándome:
-¡Soy José Antonio, de España, 25 horas de viaje y ya estoy aquí!
Neerat, que inscribe a los recién llegados con eficiencia inglesa, me mira perplejo y por toda respuesta sentencia: -Bien. Siéntate y respira.
4 comentarios:
Con un toque de humor, dadas las circunstancias! Ávida espero la próxima publicación para así continuar con la historia y caminar juntos por un recuerdo que promete ser maravilloso...
Fantástico, José Antonio. Me parece una propuesta mágica. Al igual que Alexandra, estaré pendiente de esta narración que tanto me atrae. Los detalles, los colores, tus anotaciones fotográficas :)...me alegro mucho de que te hayas animado a compartirlas con nosotros.
Namasté.
Seguiré tus peripecias, Atman; es una travesía que me despierta interés y curiosidad. Recuerdo -como si fuera hoy- cómo me relatabas la anécdota de los monos que te robaron los plátanos que colgaban de tu mochila. Es un texto muy ameno, ¡enhorabuena!
Mi abrazo siempre, Atman.
Es algo más que alentadora vuestra acogida a tan odisíaca propuesta y os agradezco que compartáis conmigo aquella vida, esta vida. Intentaré que las hojas gastadas de aquel cuaderno nos proporcionen algún momento de felicidad, paz, armonía o simplemente el placer de comentarlas a vuestro oído. Mi abrazo os busca.
Publicar un comentario