29 de mayo de 2015

El templo de las avispas asesinas de Shiva. De mi vida en un Ashram


A primera hora de la mañana nos ha venido ha recoger, en la parte posterior del Ashram, un Ambassador, mi coche favorito de India. No lleva aire acondicionado, el cambio de velocidades (situado junto al volante) rasca, la suspensión es dura, ningún adelanto eléctrico, en los asientos de polipiel te quedas pegado, es sólido como un ladrillo, el más elevado estándar de la retro-incomodidad y…me encanta. El conductor es un tipo que adelanta en las curvas, en las rectas, sobre precipicios, sortea monos, vacas, algún transeúnte, adelanta siempre adelante. Nos deja a la entrada de un pueblo lleno de ofrendas para Shiva, su templo se haya al fondo, collares de flores, dulces, agua del Ganga, incienso…De todo ello tomamos alguna cosa: Zed Black, un incienso blando, moldeable que emite un humo profundo que lo cubre todo, al parecer muy del gusto de los dioses. Amasamos unas barrigas y las depositamos ceremoniosamente en el altar, un brahmán nos impone el tridente de Shiva sobre la frente y nos introduce ceniza en la boca. Algo de todo esto me resulta familiar y extraño (no imagino a ninguno de nuestros sacerdotes sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo, portando por todo ropaje un doti o taparrabos, frente al fuego colocando hilos rojos en la muñecas y sin embargo sus gestos me son tan cercanos). De resultas de  andar descalzos, los zapatos los abandonamos hace ya…, he introducido la planta del pie en la boca de una avispa, ha sido una punzada aguda, hirviente, el aguijón de mil insectos, he percibido como la piel del pie se dilataba, instantáneamente, según se introducía el veneno. El acto de levantar el pie ha sido reflejo. Apenas doy dos pasos para comprobar que el pie aún me sostiene cuando un segundo mordisco me atenaza la parte alta del muslo. En mitad del templo me he bajado, literalmente los pantalones, mientras le pedía a Hennie (el amigo belga que me acompaña) que me asegure, por dios, por Shiva, que la avispa se ha ido. Ambas mordeduras, en la pierna derecha, me proporcionan una cojera elegante, algo byroniana así que con ese vaivén gracioso,  decido abandonar el lugar a la velocidad máxima que alcance el Ambassador. Hermoso templo sin duda. 


Hoy es domingo y ya llevo quince días en este retiro que por momentos no lo es tanto. A la tarde tenemos un concierto de sitar, tabla y flauta junto al Laxman Jhula, el puente sobre el Ganga más alejado del Ashram. Después de comer lentejas, Dhal, hasta la saciedad y de contar mi aventura ante la hilaridad de todos, emprendo un paticojo viaje hasta el lugar donde se desarrollará el evento. A modo de reconocimiento y para no perderme cuando todo esté a oscuras.
Un edificio de cuatro alturas rematado con un tejado en forma de pagoda me advierte que estoy ante un templo, ¿dedicado a Shiva quizá?. Asciendo por sus plantas temáticas, donde en pequeñas estancias, capillas, tras las rejas se encierra todo el imaginario hindú. Culmino la ascensión y hago sonar la campana más alta anunciando a los dioses mi paso. Perdono a las avispas asesinas de Shiva e imploro el mismo perdón para mí.


19 de mayo de 2015

Las moradas interiores de India y Último Ahora en Madrid. De mi vida en un Ashram



Vivo en moradas interiores y a 9.000 km de distancia de donde hoy se presentará "Último Ahora", esa antología de poemas en la que he trabajado durante un año, y que tras mucho insistir, hoy se leerá en al Ateneo de Madrid. Hace doce días, en la sala de espera del aeropuerto de Barajas, grababa un mensaje de bienvenida, de compañía todos los integrantes del libro, que hoy sonará in ausentia: "si escucháis esto es que estoy en un Asram en India…" Me he traído algunos ejemplares, uno para la biblioteca que dejo junto a una plaquette de Anaís, otro para el Gurú. Imagino la sorpresa de cualquier hispanohablante cuando los encuentre entre los anaqueles. 
Viene viento del este y el aire es limpio como una manzana: "Yo he fracasado ante el olor de las manzanas". La luz se anuncia como una revelación a través de la ventana. Pienso mucho en la moradas, las interiores, las exteriores. Dónde se encuentran los límites, cuales sus propiedades, las características que encierran. Todo es interior y probablemente, el universo que nos representamos, no sea otro que el que llevamos dentro. Me siento cómodo con esa teoría especular del mundo y cada vez que me siento a contemplarlo, reduzco las distancias que lo separan. Entre el que contempla, lo contemplado y el medio de la contemplación. 
He estrenado un mat (esterilla) de color amarillo que adquirí hace unos días. Me gustó que ya pareciera usado, estaba expuesto al sol desde hace tiempo, en una tienda que 
es propiedad de uno de los personajes más estrafalarios que cohabitan por aquí. Parece un indio cheroke, con un sombrero de plumas y un chaleco lleno de chapas. Tiene una de los puestos más miserables y lleno de artículos que sobrellevan, a malas penas, la patina del tiempo.
Me he elevado sobre la tierra y he cantando "Govinda Hare" esta noche en el Aarti (ceremonia del fuego). Me recojo en mi habitación y espero que lleguen las 23 h. En otro lugar se está presentando un libro que amo, por parte de poetas que amo. Quiero hacerles llegar este aliento nuevo, la luz de esta morada, sus contraluces, el sonido de un cuenco cantor y desde la obscuridad que ahora lo cubre todo, les sonrío.




7 de mayo de 2015

Malas, cuencos cantores, Shiva en la isla del tesoro. De mi vida en un Ashram


Hoy ha despertado, con todos sus atributos, el pequeño demonio occidental que llevamos dentro, y le he sacado de compras…primero hice una lista mental de cinco personas para cinco Malas (ese collar de 108 cuentas que sirve para recitar mantras, para acompañar durante la meditación) y ávidamente los tomé de un puesto al final de la calle (de los escasos que regenta una mujer). Corriendo bajo al río para bañarles, para realizar una breve y sentida ceremonia de purificación (sé que a sus futur@s poseedor@s agradecerán el gesto), recitando el Gayatri Mantra. Acompaño el acto con flores del jazmín que hay a la salida del Ashram. Nada se debe dejar al azar, sólo el azahar. Y es que esta tarde, después de 9 días no he asistido a la práctica de la tarde. Tras la comida un cansancio insondable me ha mantenido en cama, hasta que despertó el demonio. Al volver con los Malas sonrientes, me introduzco en una tienda donde vislumbro cuencos cantores y me dispongo a hacerlos sonar, a todos. Uno de ellos sale colgado de mi brazo. Nada más acercarle el stick ha comenzado a vibrar y ya me relamo pensando en las veces que lo voy a hacer sonar en mi cuarto. Entro en una tienda de Himalaya (productos de parafarmacia naturales) y me llevo un Triphala (protector de estómago que horas después presto a Cristal, natural de Michigan, con problemas intestinales estos días). Aún la calle me depara más irresistibles tentaciones. Una representación en bronce de Shiva, su versión local, con tridente, sentado en meditación sobre la piel de un tigre, mostrando amistoso la palma de su mano derecha. Me ofrecen su talla dorada y me fijo en otra ennegrecida y verdosa, no sé por qué esta última me enternece (la llamada del patito o Shiva afeado). Esta noche al mostrar mi deidad (claro que la compré), Rashu me indica que los dioses deben estar limpios, inmaculados, que si lo deseo se la lleva a un amigo para que la deje completamente dorada. No soy capaz de desilusionarle explicando porque precisamente me llevé el oscurecido pero tampoco accedo a que lo lustren. A Shiva le va a acompañar, a partir de ahora, un lingam en el que quemaré incienso, a modo de pequeño altar en el lavabo del fondo de la habitación. Cuando me retiro cargado de tesoros, descubro que mi frutero (empuja un carro con frutas), ha desaparecido de su lugar habitual, así que me aprovisiono de plátanos en otro puesto, con la sensación de estar realizando una pequeña traición. Al entrar en el Parmath Nikettan parezco una señora bien que sale bien de unos grandes almacenes, ruborizado voy corriendo a esconderme con la esperanza de no tropezar con nadie. 
Me comprometo a no ausentarme más de las prácticas, no vaya a ser que tenga que comprar una maleta para llevarme lo que al pequeño gran demonio se le antoje.



 P.S. Cuelgo abajo la pizarra con los nombres y secuencia de las asanas que hemos realizado hoy. 22 en total, quizá algún día repita esta secuencia con mis alumnos (compañeros de práctica) y les aconseje que después de realizarla escondan sus carteras en la isla del tesoro.