7 de agosto de 2015

Samsat con Swamiji Chidanand Saraswati, en presencia de la santidad. De mi vida en un Ashram.


 No era el objetivo del viaje, todavía desconozco si había alguno, salvo encontrarse con todo lo que nos acerque a nosotros, al doblar cualquier esquina; pero después de conocer a Swami Chidanand Saraswati, gurú y director espiritual del Ashram Patmath Niketan, de escuchar sus cantos, la reverencia que todo el mundo le procesa, su labor social, su halo y de asistir a sus reuniones (samsat) después de cada ceremonia del Aarti (fuego para despedir al sol), fue creciendo la voluntad de tener un momento con él, de recibir su bendición, de apostarme un instante a su lado e intercambiar una palabra, compartir un gesto.
Aquella tarde habíamos sido invitados a presidir la ceremonia del fuego y mi grupo estaba especialmente halagado, nervioso, con cierta carga de responsabilidad. Iniciaríamos el encendido de la hoguera y en un lugar prominente, a vista del todos (se reúnen más de 500 personas todos los días), bendeciríamos con nuestros cantos y arrojaríamos las semillas de arroz y flores a la pira, en un promontorio sobre el río. Tras tomar de ese fuego, unas pavesas con las que encender las lamparas que todo el mundo hace bailar desde los ghat (escaleras), el gurú nos acompañaría para llevar leche a la pira…
Nadie desconoce el valor del símbolo, así que cuando entras en contacto con los arcanos, los arquetipos de los que nacen todos los símbolos, tienes la seguridad de asistir al mayor rito iniciático de la humanidad. Fuego, semillas,  agua, flores, leche y canto unidos. De ahí la leve y profunda sonrisa interna que nos acompañaba. Todo está medido por un ritmo ancestral que bien vale para los mantras, el movimiento de los cuerpos (físicos, celestes) o el fluir del río. Nada expresa separación, todo se amalgama y te recorre la columna con una sutil presencia. La de quienes en ese momento único saben de su unicidad y de su parte en el Todo.
Hemos practicado Yoga durante 4 horas al día y durante más de veinte días ya, para alcanzar este momento. Nuestra mentes y cuerpos empiezan a estar preparados para ¡encender una hoguera! Eso es todo. Y ahora como una revelación lo comprendo. Horas de meditación, de silencio, de soledad elegida, de luces y lluvia, de sombras… y todo se reduce a estar atento para vivir otro instante más. Éste.
Así que cuando el Swami se retira a su sala, donde recibe a los visitantes ilustres del día, y a quién quiera acercarse, nos encontramos todos rodeándole. Hemos cantado durante una hora el Gayatri Mantra, traemos el olor del fuego, la humedad del agua, el sabor a la tierra, nos acompaña el dulce aire de la noche y ahora intercambiamos nuestras sensaciones junto al hombre que estuvo retirado en el bosque durante 9 años. Estamos ante un hombre del bosque, un hombre santo.
Casi al final de la reunión me acerco a él tímidamente y le pregunto si me podría otorgar su bendición. Me mira y desde la bondad profunda de sus ojos me hallo al descubierto. Inclino la cabeza, junto mis manos y percibo las suyas que descienden sobre mi escápula derecha. Me incorporo y una sonrisa como la Verdad es la que recoge la fotografía. Me quedo un instante inmóvil, quizá es cuestión de un par de segundos sólo y es la bendición de la eternidad.