19 de marzo de 2015

Demonios en un lugar Santo. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)

Todos aportamos nuestros demonios cuando habitamos un lugar santo. Quizá en los lugares denominados santos los demonios se hagan visibles, si les hemos traído hasta aquí, habrá que hacer algo con ellos.
Reviso mi agenda de actividades para el próximo mes,  una hoja que se contiene todas las horas del día. El ratoncito que me acompaña lo mira con ojos desorbitados, se llama Txiski Biski. Descubrimos que Shrama daana significa trabajos para la comunidad, básicamente barrer y fregar las salas donde practicamos Yoga (salas de 400 m2. x 2). Demuestro mi valía en tales menesteres, el ratón me felicita.
He adquirido un kurta pijama blanco y aviso al demonio comprador que eso va a ser todo por unos días.
Me conecto a mediodía, con el mundo del otro lado, en un ciber atestado de personas, calor, olores de la calle. Mantener la puerta abierta del local no ayuda gran cosa. Reparo que el suelo es de mármol, todo es mármol en India, salvo el Taj Mahal que es más que mármol.
Ya desde el desayuno ingiero todo: arroz, dhal, alubias con gorgojo (eso parece)…porque todo abandona mi cuerpo muy pronto. Antes de cada saludo al sol entonamos su mantra y tras cada reposo hay otro canto. Los asanas de esta tarde casi me rompen, de hecho han roto a un señor hindú, que nos acompañaba, al descender de la postura sobre la cabeza (Shirsasana). Su gesto de dolor señalando las lumbares no ha dejado lugar a dudas. Seguimos la practica con su injeil, exeil, mientras el pobre hombre es apartado a un rincón. Más tarde nos aclarará, con una sonrisa, que mañana vuelve a la practica tras de un masaje.
Por vez primera nos invitan al grupo de estudiantes a presidir la ceremonia del fuego (Aarti) en la orilla del río. Es la emoción intensa mientras cantamos el Jayatri Mantra y arrojamos flores, semillas y arroz al fuego, hay algo de eterno retorno, de repetición hipnótica, de recuerdo ancestral. El fuego chisporrotea con cada nueva aportación, los cantos se extienden por la escaleras que dan al Ganga, un pueblo que canta a su río (Ganga Ma) y le pide a la luz que vuelva mañana…de ese fuego central se alimentan distintos tipos de candelabros que son llevados de mano en mano, haciéndolos bailar mientras el sol se pone.
Vuelvo a sentir por qué estoy en Yoga. Porque recuerdo. Porque algo dentro de mí vuelve a ponerse en contacto con lo que creía olvidado y se hace presente en este momento. Alguien anterior a mí vivió estos ritos, se emocionó, descubrió que el sol retornaba si se elevaba un canto, que el fuego era bueno, que las ofrendas significan…y ahora a través de mí, su herencia cromosómica se activa. Nos pone en contacto a los dos con lo arcano. Ese ser anterior a mi, del que formo parte, y yo, creamos una única voz cantando a un río.









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