26 de marzo de 2015

El templo de la Bhagavad Guita. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)


"¿Qué hicieron los hijos de Pandu y mi gente cuando se hallaban reunidos, impacientes por luchar, en la llanura sagrada de Kurushetra, oh Samjaya?
Guita, I, 1.
Esta mañana realizo la Serie de Rishikesh (asanas o posturas), en Rishikesh. Durante años he realizado esta secuencia de movimientos, denominada serie de Rishikesh, en distintos lugares, con mi esterilla al hombro: delante de un albergue en Salamanca, en el patio de una casa de pueblo, en Berlín, sobre la playa, en la Sala de Yoga, en mi habitación…pero hoy las estoy experimentando en Rishikesh ("un asana es un recipiente para una experiencia" dice Leslie Kaminoff). Percibo que el circulo, cuya centro está en todas partes y cuya circunferencia no se haya en parte alguna, se cierra. Algo como un adiós a la soledad del círculo. Todo se completa en este lugar. En el lugar donde se creó la serie: ¡he realizado la serie: en Rishikesh!. Percibir, tomar consciencia desde la emoción de este acto sencillo, ha sido una epifanía, una revelación, formé parte de su movimiento, en el lugar que lo inspiró.
Es mediodía y acudo a un templo a sentarme a leer la Bhagavad Guita. El libro más sagrado del hinduísmo, apenas 700 versos, que contienen la sabiduría del universo. Primero me coloco tímidamente sobre el suelo detrás de una columna, como temiendo algo, poco a poco busco un lugar más adecuado, frente a un altar con 9 dioses ennegrecidos (un altar completamente negro), dirigiendo su mirada hacia los distintos lugares del orbe, una suerte de sagrada rosa de los vientos. La danza de un guerrero los cobija, los acompaña, nada se detiene, todo está en cambio, la danza cósmica, el planeta en su movimiento. Del otro lado me asiste a un altar blanco. Los dioses blancos se reúnen alrededor de un lingam (representación masculina de Shiva), soportado por yoni (representación femenina del mismo dios, Sakti). A ambos los protege, erguida, una cobra, cuya sombra amenazante o alerta se refleja por el techo. Sobre el conjunto se encuentra un caldero suspendido de una cadena, ¿un recipiente para ofrendar leche?.

Sospecho estar realizando un gesto repetido, respetado, cada poco tiempo entran y salen fieles que curiosean las figuras,  realizan el saludo de Namasté, juntando las palmas de las manos sobre el pecho, que arrojan monedas o algún billete usado.
Todo brilla, las baldosas hidráulicas del suelo, grises, rojas, negras, el cielo abierto, las paredes y nada está especialmente limpio, el lugar parece encerado y sucio. De mi lectura, de la abstracción, de mi contemplación me saca una melodía antigua y conocida,  parece vibrar la luz dentro, al guardián del templo le suena el teléfono móvil.

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