30 de marzo de 2015

El río que nos mira. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)



El río que nos mira está frente a mis ojos, a veces lo contemplo y en ocasiones es él quien lo hace. Siendo honesto él nos mira siempre y nosotros no le devolvemos la mirada. Todo transcurre frente al río aunque no seamos conscientes. 
Esta mañana después de la primera práctica he optado por bajar a visitar sus aguas, guiado por un impulso repentino, ciego. No he andado mucho cuando he creído escuchar que alguien me llama. ¿En Rishikesh, José Antonio? Me he girado en varias direcciones hasta descubrir el origen de la voz, en una callejuela, en medio de la nada, en medio del todo, una amiga de Madrid, también profesora de Yoga a su vez, me ha descubierto cuando dirigía mis pasos hacia el río. ¡Es Katia!. No damos crédito a las causalidades. Y aquí están. Inmediatamente inmortalizo el momento para no olvidar esa aguda sensación de conexión, de que el mundo cabe en un instante y ese instante se llama ahora.  Katia me comenta que al día siguiente, temprano sobre las 6,  irá a prácticar Yoga a un Ashram cercano, casi me adelanto a su respuesta…¡por supuesto que es el mío! Nos hemos encontrado para adelantarnos al momento que ya nos estaba reservado. Finalmente alcanzo el río por uno de sus ghats (acceso de escaleras) y medito un rato sobre lo sucedido. Millones de personar moviéndose al unísono en todas direcciones y todo ocurre precisamente ahora y precisamente a mí (recuerdo con cariño la afirmación de Borges). 
Regreso a comer al Ashram y después del silencio con el que acogemos los alimentos y los llevamos a nuestro interior, Ivâo, el reciente amigo brasileño, me propone tomar un café fuera. Después de 5 días será mi primer café. Acojo la idea con la ilusión de un niño que va a realizar algo prohibido y con la seguridad de que Ivâo, brasileño, es imposible que me lleve a algún lugar dónde hagan mal café…Desde la terraza, donde nos encontramos, sorprendo a un babú lavándose la ropa, lavándose él mismo, lavando al universo. Entre troncos que arrastró el último monzón, su cadencia introduciendo y sacando sus ropas del agua, me reconcilia con los pequeños gestos. Servimos lentamente el azúcar en cl café que nos acaban de subir (la terraza se haya en una segunda planta sobre el río) y pedimos un sangüis de algo que se va a convertir en mi complemento vitamínico a partir de ahora: plátano con miel. 
El calor que nos trae la tarde, el río que nos trae la tarde, la práctica que nos trae aquí, transcurre con la alegría de los encuentros, de los azucarillos mojados, del sabor a cucharilla de café que lo inunda todo.
En el transcurso de la ceremonia del fuego, Aarti, de esta noche, alguien, una chica que posee el pelo más largo del firmamento, se ha levantado y ha comenzado a bailar. La noche bailaba con ella, en sus cabellos oscuros, en sus ropas tan blancas. 
Tengo que revisarme este tono de vaga y encendida sentimentalidad.



26 de marzo de 2015

El templo de la Bhagavad Guita. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)


"¿Qué hicieron los hijos de Pandu y mi gente cuando se hallaban reunidos, impacientes por luchar, en la llanura sagrada de Kurushetra, oh Samjaya?
Guita, I, 1.
Esta mañana realizo la Serie de Rishikesh (asanas o posturas), en Rishikesh. Durante años he realizado esta secuencia de movimientos, denominada serie de Rishikesh, en distintos lugares, con mi esterilla al hombro: delante de un albergue en Salamanca, en el patio de una casa de pueblo, en Berlín, sobre la playa, en la Sala de Yoga, en mi habitación…pero hoy las estoy experimentando en Rishikesh ("un asana es un recipiente para una experiencia" dice Leslie Kaminoff). Percibo que el circulo, cuya centro está en todas partes y cuya circunferencia no se haya en parte alguna, se cierra. Algo como un adiós a la soledad del círculo. Todo se completa en este lugar. En el lugar donde se creó la serie: ¡he realizado la serie: en Rishikesh!. Percibir, tomar consciencia desde la emoción de este acto sencillo, ha sido una epifanía, una revelación, formé parte de su movimiento, en el lugar que lo inspiró.
Es mediodía y acudo a un templo a sentarme a leer la Bhagavad Guita. El libro más sagrado del hinduísmo, apenas 700 versos, que contienen la sabiduría del universo. Primero me coloco tímidamente sobre el suelo detrás de una columna, como temiendo algo, poco a poco busco un lugar más adecuado, frente a un altar con 9 dioses ennegrecidos (un altar completamente negro), dirigiendo su mirada hacia los distintos lugares del orbe, una suerte de sagrada rosa de los vientos. La danza de un guerrero los cobija, los acompaña, nada se detiene, todo está en cambio, la danza cósmica, el planeta en su movimiento. Del otro lado me asiste a un altar blanco. Los dioses blancos se reúnen alrededor de un lingam (representación masculina de Shiva), soportado por yoni (representación femenina del mismo dios, Sakti). A ambos los protege, erguida, una cobra, cuya sombra amenazante o alerta se refleja por el techo. Sobre el conjunto se encuentra un caldero suspendido de una cadena, ¿un recipiente para ofrendar leche?.

Sospecho estar realizando un gesto repetido, respetado, cada poco tiempo entran y salen fieles que curiosean las figuras,  realizan el saludo de Namasté, juntando las palmas de las manos sobre el pecho, que arrojan monedas o algún billete usado.
Todo brilla, las baldosas hidráulicas del suelo, grises, rojas, negras, el cielo abierto, las paredes y nada está especialmente limpio, el lugar parece encerado y sucio. De mi lectura, de la abstracción, de mi contemplación me saca una melodía antigua y conocida,  parece vibrar la luz dentro, al guardián del templo le suena el teléfono móvil.

19 de marzo de 2015

Demonios en un lugar Santo. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)

Todos aportamos nuestros demonios cuando habitamos un lugar santo. Quizá en los lugares denominados santos los demonios se hagan visibles, si les hemos traído hasta aquí, habrá que hacer algo con ellos.
Reviso mi agenda de actividades para el próximo mes,  una hoja que se contiene todas las horas del día. El ratoncito que me acompaña lo mira con ojos desorbitados, se llama Txiski Biski. Descubrimos que Shrama daana significa trabajos para la comunidad, básicamente barrer y fregar las salas donde practicamos Yoga (salas de 400 m2. x 2). Demuestro mi valía en tales menesteres, el ratón me felicita.
He adquirido un kurta pijama blanco y aviso al demonio comprador que eso va a ser todo por unos días.
Me conecto a mediodía, con el mundo del otro lado, en un ciber atestado de personas, calor, olores de la calle. Mantener la puerta abierta del local no ayuda gran cosa. Reparo que el suelo es de mármol, todo es mármol en India, salvo el Taj Mahal que es más que mármol.
Ya desde el desayuno ingiero todo: arroz, dhal, alubias con gorgojo (eso parece)…porque todo abandona mi cuerpo muy pronto. Antes de cada saludo al sol entonamos su mantra y tras cada reposo hay otro canto. Los asanas de esta tarde casi me rompen, de hecho han roto a un señor hindú, que nos acompañaba, al descender de la postura sobre la cabeza (Shirsasana). Su gesto de dolor señalando las lumbares no ha dejado lugar a dudas. Seguimos la practica con su injeil, exeil, mientras el pobre hombre es apartado a un rincón. Más tarde nos aclarará, con una sonrisa, que mañana vuelve a la practica tras de un masaje.
Por vez primera nos invitan al grupo de estudiantes a presidir la ceremonia del fuego (Aarti) en la orilla del río. Es la emoción intensa mientras cantamos el Jayatri Mantra y arrojamos flores, semillas y arroz al fuego, hay algo de eterno retorno, de repetición hipnótica, de recuerdo ancestral. El fuego chisporrotea con cada nueva aportación, los cantos se extienden por la escaleras que dan al Ganga, un pueblo que canta a su río (Ganga Ma) y le pide a la luz que vuelva mañana…de ese fuego central se alimentan distintos tipos de candelabros que son llevados de mano en mano, haciéndolos bailar mientras el sol se pone.
Vuelvo a sentir por qué estoy en Yoga. Porque recuerdo. Porque algo dentro de mí vuelve a ponerse en contacto con lo que creía olvidado y se hace presente en este momento. Alguien anterior a mí vivió estos ritos, se emocionó, descubrió que el sol retornaba si se elevaba un canto, que el fuego era bueno, que las ofrendas significan…y ahora a través de mí, su herencia cromosómica se activa. Nos pone en contacto a los dos con lo arcano. Ese ser anterior a mi, del que formo parte, y yo, creamos una única voz cantando a un río.









18 de marzo de 2015

La dramática melodía de los despertadores, Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)




A las 4,46 A.M. tímido primero, luego aumentando sutilmente el volumen, una melodía tritono, grave avanzando a agudo…en un primer instante busco localizar (y advertirle seriamente a continuación) al desaprensivo que no da apagado su despertador, al poco reparo que es todo el espacio que suena. Estoy escuchando el ¡despertador del Ashram!. A las 5 A.M. de esos mismos altavoces salen mantras, un Saludo al Sol.
Y el sol asoma, la jungla que nos acompaña detrás del recinto es una algarabía (monos, pájaros, animales remotos, personas creo…) Saltar de la cama y sufrir los dolores del crecimiento. 6 A.M. primera práctica: Canto de Mantas. Pranayamas (ejercicios de respiración) de pie, sentados, tumbados. Asanas: una serie de Surya Namascar (saludos al sol), paso 5 V invertida, 6 tres puntos de apoyo, 7 cobra, paso 8 vuelta a la V, 9 flexión sobre caderas, Uttanasana, (disculpas por el argot yóguico, se trata de variantes sobre una muy conocida serie de posturas).
Junto a mí tengo una pareja de jóvenes muy Matrix, de mucho diseño cariñoso (debe ser porque son suizos), del otro lado a Joâo, de Sâo Paulo, un psicólogo que se acaba de cortar el pelo ¿?.
Desayunamos a los 8 A.M., unas gachas de cereales con ¡leche! y algo de fruta (poca).
Apunto un templo: infinidad laberíntica de caras para explicar el laberinto humano. Encuentro una representación de Sarasvati (diosa hindú de la danza, la poesía…), le ha correspondido un mástil de sitar. Altares alojados en vitrinas para que los gurús (está lleno de ellos con más o menos fortuna a juzgar por los fieles que les acompañan) te coloquen un punto rojo, azafrán o negro en la frente, en Ajna (6º de los chakras situado en el entrecejo). Deidades ennegrecidas por la mantequilla y el humo. Vitrinas, vitriolos, vitrinas y vitriolos: reflejo de un mundo desde otro, de una persona desde otra hoy 16 de septiembre.

Sorolla en el Ganga. Cuaderno de India (de mi vida en un Ashram)


Y es que este río se lleva las flores…tiempo me ha faltado nada más levantarme para calzarme las chanclas (negras) de siete leguas y echarme a andar en dirección al Ganga. Un ligero viento y la luz me descubren al mirar hacia abajo que Sorolla está en el Ganjes. Le fotografío para admiración propia y ajena. Todos los ríos son el mismo río, ahora este río se ha encontrado conmigo, sin que nada lo anunciase, sin que nada me esperara. Y éste río tiene el nombre y el hambre de toda India. Es domingo, creo, ¿es posible que me olvide tan pronto,  de lugares tan comunes, como el día de la semana? Medito un rato en lo alto de una roca sobre el transcurrir del agua y sospecho estar realizando un gesto antiguo, rememorado múltiples veces. Mis pies me guían sobre el puente y cruzo a la ciudad del otro lado, al otro Rishikesh, con su calle principal atestada de tiendas, con su arco a la entrada, que recibe al recién llegado,  con un LOVE escrito como si de un sentimiento extraño y extendido se tratase (sirve, ama, da, reza en lo alto).
En el Ahsram he conseguido una habitación doble para uso individual, utilizando no sé qué encanto. Me informan que el servicio de lavandería lava y plancha por sólo 29 céntimos de euro cada prenda. Extiendo toda mi ropa sobre la cama disponible, que he decidido que sea la de la derecha.
Un vago y sutil misticismo envuelve al grifo del lavabo que se llama ¡Osho!
Camino entre los ghats (escaleras) que dan al río y aguardo sensato la puesta de sol, la primera en la que asistiré a un Aarti (ceremonia del fuego). Consigo un sitio donde estarme sentado y descubro a unas chicas californianas que me acompañarán durante todo el mes. Es desolador descubrir que el único inglés que entiendo con dificultad es el propio que yo hablo. Ellas me realizan una foto que borro a continuación, convencido de los uesei no han dado grandes fotógrafos en los últimos cinco minutos. Comparece el Swami (maestro y guía espiritual) Chindanand Sarasvatiji, rodeado de los chicos que estudian en el Ashram y que le realizan un pasillo de entrada. Comienzan los cantos, la música y me envuelve un aire conocido de plegarias que confundo, por un instante, con el mundo sufí. Mujeres y hombres depositan sus ofrendas de flores con incienso y una tea encendida al río, me conmuevo sin saber por qué, ¿por qué no?, acaso no es ese el motivo del viaje.
El sol se acabó hoy y mañana es aún ese lugar remoto y de enigma. Accedo al Samsat (reunión) que celebra el Swami tras la ceremonia, y a su lado se encuentra un yogui de 103 años, que creo entender que los sábados aún dirige una práctica matinal.

Hemos tenido una reunión, creo que hay que llamar así a aquello que hemos tenido, donde nos dan el programa que realizaremos el próximo mes y a las 6 de la mañana comenzaremos con canto védico y ásanas (posturas de Yoga), escribo en mi libreta que el cielo toca compulsivamente a fuga y es que está lloviendo. Bien, son las diez y me voy a la cama.


12 de marzo de 2015

Cuaderno de la India (de mi vida en un ashram)



Consciente del interés o desinterés que este cuaderno pueda producir, como guía para perderse en la India, me propongo colgar durante los próximos días, semanas, el contenido del cuaderno negro que me acompañó mes y medio por el Ashram Partmath Niketan de Rishihesh (Uttarakhand-Himalayas) y Delhi, durante un incierto periodo de tiempo del año 2013. Será pues de literatura y viajes, el de un practicante y profesor de yoga al interior de la caldera de esta práctica,  Rishikesh, y la mirada aviesa de un poeta que buscó perder su mirada…"escribir es un acto de irresponsabilidad, ir a la farmacia por dogmatil…" es la anotación que abre el cuaderno antes de la partida.

Los autobuses que iban al pasado, ya han partido.

Desde el Indhira Ghandi International Airport, sofocante viaje a la Old Delhi Train Station, sorteando al imposible camión que ocupa toda la calle, para descubrir que tanto el Utrandhal Express, como el Jan Jatadvi Train, están llenos…atravesar la ciudad para re encontrarme con su olor a queroseno picante. Tras el fracasado primer intento de aproximación a Rishikesh, me dirijo al primer sij (perteneciente a la confesión Singh, fantásticos proveedores de todo tipo de servicios) que veo aparecer para explicarle que tengo un problema: necesito llegar hoy a Rishikesh pese a los trenes sin plazas libres. Su negociación ante la ventanilla de la estación tampoco arroja ningún resultado, así que nos subimos a su rickshaw y aparecemos ante la puerta de un hotel. Me ofrecen habitación, comida, compras y explico de nuevo, con toda exactitud posible,  mi situación: me encantaría descansar unas horas, tomar una ducha, un té e incluso comprar lanas de colores sino fuera por el pequeño e insignificante detalle de que ¡tengo que estar hoy en Rishikesh! Se inicia un ciclo de llamadas telefónicas destinadas a localizar a ese primo, pariente o amigo que hoy precisamente viaja y con su coche a esa ciudad…Son las ocho y media de la mañana, llevo 18 horas de viaje, y la negociación para alquilar transporte comienza en 5.600 rupias. Apenas consigo una rebaja de 600, las prisas son culpables, y me subo a un Tata local con aire acondicionado y con Durga (encarnación femenina de Shiva) en la guantera, subida a un león. El conductor, que dice ser de Rishikesh, desconoce la manera de salir de Dehli, así que no paramos de preguntar en cada cruce qué dirección, qué calle, qué camino hay que tomar. Finalmente cruzamos el río Yamuna, el sol (Surya) en todo lo alto y nos disponemos a adelantar a todo tipo de medios de locomoción con la alegría del cervatillo que se escapa del cercado. Sobre mi regazo la libreta negra y el Libro Rojo de Jung.


Es la temporada de las manzanas y de los cascos de moto y ambos proliferan en puestos minúsculos a lo largo de la cartera. En algún lugar, exactamente en medio de la nada, realizamos mi primer desayuno, unos plátanos, un té, unas chapati, y nos llevamos a tres jóvenes que buscan cómo llegar a su escuela. Son dos chicas y un varón, Sonia, Rubí, Amid. Rubí porta el tradicional sari y Sonia resulta ser peluquera en Delhi, lo que corrobora entregándome una tarjeta de su local (le prometo visitarla a mi vuelta). Atravesamos pueblos indefinidos donde la gente arregla las ruedas de sus camiones, motivo por el cual todo está lleno de baches…y el último monzón ha debido ser especialmente inmisericorde una vez más.
A 46 km. de Rishikesh (llevamos ya 5 horas de viaje para los 280 km que nos separan), comienzan a aparecer los llamados yóguicos, en forma de carteles anunciando gurús, escuelas, técnicas, linajes de yoga y una constructora de nueva filiación: ¡Marbella Buildings! Comemos, no hay que olvidar nunca el alimento, y Anshul (Kumar Singhal -driver- Tata India, mobil no. 0826731307), me deja sobre un puente para cruzar el río Ganjes (Ganga) al otro lado, donde se encuentra la mayor proliferación de Ashram (escuelas de yoga) del planeta. Las vacas comen plásticos de color verde, los monos sobre el puente se encargan de robarme los plátanos que cuelgan desaprensivamente de mi mochila y huele a palo santo, incienso, escape de moto.
Todavía realizo 4 km más a pie porque el puente sobre el que me depositan es el más alejado, de los dos que cruzan el río, con respecto a mi Ashram. Son pasos eternos que me aproximan, a la caída de la tarde, al lugar en el que pasaré el próximo mes. Ayer me despedía de los amigos en Madrid y ahora estoy perdido entre callejas sin asfaltar, árboles, tiendas, renunciantes con su escudilla,  y una fauna nueva de sonidos,  en un lugar santo. Es una emoción que me instala en la confusión y el vacío. Así que cuando atisbo la entrada al Parmath Niketan el sol se está poniendo, me acerco a pasos agigantados a la recepción y pronuncio casi desgañitándome:
-¡Soy José Antonio, de España, 25 horas de viaje y ya estoy aquí!
Neerat, que inscribe a los recién llegados con eficiencia inglesa, me mira perplejo y por toda respuesta sentencia: -Bien. Siéntate y respira.