7 de septiembre de 2015

Para enfrentar batallas que me alejen de Nares Montero


Hace breves fechas recibí el nuevo poemario de Nares Montero (¿poemario o libro de poemas?, la discusión está servida), con el nada inocente título de: “Para enfrentar batallas que me alejen”. Me adentré en su lectura bajando las luces, encendiendo un incienso, dejándome acompañar de una copa de vino, de una buena cosecha… Dispuesto a iniciar un diálogo íntimo con alguien a quien se profesa cariño: un libro de poemas. 
Los libros nos invitan y pueden hacernos pagar un alto precio por su lectura o sumergirnos en una larga conversación. El de Nares participa de todos estos asuntos. Por sus líneas se pasean las evocaciones a la muerte, al amor, a la amistad. ¿De qué otra cosa debemos escribir? Desde el inicio la obra nos coloca en una encrucijada: “Esto es un mapa”, el de un territorio ignoto que vas a recorrer de la mano de su autora, en continuo diálogo con ella, desde el vibrante juego de los pronombres posesivos: esto va de tú y yo. Sin distracciones, sin el soporte que supone, para los náufragos, la utilización de títulos en los poemas. La autora parece solicitarte, desde el fondo de sus líneas, que la sigas con gestos, que en ocasiones no son del todo amables. Porque nada más  comenzar advierte: “No existe…escritor inofensivo”, y aquello a lo que te enfrentas va a requerir de toda tu atención, de tu presencia, de tu respuesta.
“¿Dónde está toda esa nada que guardas?
Vengo a saber de ti
la neutral confianza en que te columpias,”

Son poemas de dura complicidad, de elevado coste, el interlocutor sabrá qué precio quiere pagar para asomarse al interior de una estancia sin ventanas. O con las ventanas justas para no ahogarse: “Jugar a no matar y morir/ sin duda”. Ya que en estos poemas se llora, se llora de rojo: “…como los carteles:/ Silencio en el hospital”. Hasta aquí, coordenada más o menos, asistimos al baile de las desapariciones, de las palabras que se ausentan, primero letra a letra hasta que se borre el propio mundo. Luego el viaje es de aceptación. Y la aceptación es soledad: “París nos devuelve cadáveres”, culmina uno de los poemas. 
Y el libro se vuelve reflexivo, incorpora a otros personajes: la madre, una “ella” que habla y que puede tratarse, desdoblada, de la propia autora. Son los momentos del desamparo, de la rabia y el odio ante lo inevitable. La vida será como una piedra que se aprehende, dice Nares, y el ritmo en los poemas se ralentiza: 
“No hay nada más que hacer.
Los robles ya han cuajado”
Y la vida se desarrolla en los nonatos, en la promesa de un verano que aplaque el frío, en una ligera y fresca esperanza. Pareciera que la autora quisiera reconciliarnos, tender  un puente  que  nos saque de la  Estigia y ofrecerse  como un inocente Caronte, a desviar los dardos de la insultante fortuna. Incluso nos ofrece sobre un plano, nada metafórico, del metro, las indicaciones de un tesoro, de una salida. Pero todo es apariencia y la verdad amarga asoma casi al final de sus páginas: “Esto es una jaula”. 
Un epílogo postrero, nos ofrece y desvela, parte del secreto a la experiencia a la que acabamos de asistir. Y es que el libro, al uso de las grandes elegías clásicas, está dedicado a otro poeta, músico y editor, ya desaparecido: José Luis Zúñiga (1949-2011). Autor de múltiples poemarios y relatos cortos. Cuya honradez vital culminó con su último libro de poemas, el magistral “Ya veo la bala en mi cabeza”. 
Es de uno de sus libros, “Era otro hoy”, donde tomará Nares su título:
“para enfrentar batallas que me alejen
de la sola prisión que siento mía.”

Epitafio para el amigo, para conversar con el lector acerca del asunto, nada baladí, de la pérdida, de los que están presentes, aunque las lápidas del tiempo se empeñen en cubrirlos. En este libro de llanto cósmico, de llanto en la ciudad por la que el poeta y la poeta deambularon tantas noches, en una suerte de paradas de transporte, desgrana Nares un magnífico viaje emocional. Rendir homenaje nos hace genéticamente validos. Rendirse a un verso, en una batalla, nos brinda la posibilidad de rendirnos a otros placeres. 
Hago mío el brindis, todo un himno generacional, que aparece en uno de esos versos, con la certeza de su verdad: 


“La felicidad es efímera pero insiste.















"Para enfrentar batallas que me alejen", Nares Montero, Ruleta Rusa, Madrid, 2015.
Portada: Valle Camacho.
Se presenta el día 11, a las 21 h. en Los Diablos Azules.

7 de agosto de 2015

Samsat con Swamiji Chidanand Saraswati, en presencia de la santidad. De mi vida en un Ashram.


 No era el objetivo del viaje, todavía desconozco si había alguno, salvo encontrarse con todo lo que nos acerque a nosotros, al doblar cualquier esquina; pero después de conocer a Swami Chidanand Saraswati, gurú y director espiritual del Ashram Patmath Niketan, de escuchar sus cantos, la reverencia que todo el mundo le procesa, su labor social, su halo y de asistir a sus reuniones (samsat) después de cada ceremonia del Aarti (fuego para despedir al sol), fue creciendo la voluntad de tener un momento con él, de recibir su bendición, de apostarme un instante a su lado e intercambiar una palabra, compartir un gesto.
Aquella tarde habíamos sido invitados a presidir la ceremonia del fuego y mi grupo estaba especialmente halagado, nervioso, con cierta carga de responsabilidad. Iniciaríamos el encendido de la hoguera y en un lugar prominente, a vista del todos (se reúnen más de 500 personas todos los días), bendeciríamos con nuestros cantos y arrojaríamos las semillas de arroz y flores a la pira, en un promontorio sobre el río. Tras tomar de ese fuego, unas pavesas con las que encender las lamparas que todo el mundo hace bailar desde los ghat (escaleras), el gurú nos acompañaría para llevar leche a la pira…
Nadie desconoce el valor del símbolo, así que cuando entras en contacto con los arcanos, los arquetipos de los que nacen todos los símbolos, tienes la seguridad de asistir al mayor rito iniciático de la humanidad. Fuego, semillas,  agua, flores, leche y canto unidos. De ahí la leve y profunda sonrisa interna que nos acompañaba. Todo está medido por un ritmo ancestral que bien vale para los mantras, el movimiento de los cuerpos (físicos, celestes) o el fluir del río. Nada expresa separación, todo se amalgama y te recorre la columna con una sutil presencia. La de quienes en ese momento único saben de su unicidad y de su parte en el Todo.
Hemos practicado Yoga durante 4 horas al día y durante más de veinte días ya, para alcanzar este momento. Nuestra mentes y cuerpos empiezan a estar preparados para ¡encender una hoguera! Eso es todo. Y ahora como una revelación lo comprendo. Horas de meditación, de silencio, de soledad elegida, de luces y lluvia, de sombras… y todo se reduce a estar atento para vivir otro instante más. Éste.
Así que cuando el Swami se retira a su sala, donde recibe a los visitantes ilustres del día, y a quién quiera acercarse, nos encontramos todos rodeándole. Hemos cantado durante una hora el Gayatri Mantra, traemos el olor del fuego, la humedad del agua, el sabor a la tierra, nos acompaña el dulce aire de la noche y ahora intercambiamos nuestras sensaciones junto al hombre que estuvo retirado en el bosque durante 9 años. Estamos ante un hombre del bosque, un hombre santo.
Casi al final de la reunión me acerco a él tímidamente y le pregunto si me podría otorgar su bendición. Me mira y desde la bondad profunda de sus ojos me hallo al descubierto. Inclino la cabeza, junto mis manos y percibo las suyas que descienden sobre mi escápula derecha. Me incorporo y una sonrisa como la Verdad es la que recoge la fotografía. Me quedo un instante inmóvil, quizá es cuestión de un par de segundos sólo y es la bendición de la eternidad.












23 de julio de 2015

Abluciones de la luna nueva. De mi vida en un Ashram.

Para todo viajero del espíritu que se acerca a India existe un momento de especial conexión, largamente esperado, y es el de sumergirse en el Ganges. Realizar las inmersiones rituales en la Madre Ganga. Esta mañana no hemos tenido práctica, lo que no ha impedido que me levante a las 4,30, he asistido a los cantos de mantras antes y durante el amanecer. Diez Brahmanes han dirigido al Gurukul (el colegio de niños que se forman aquí). Casi al final uno de los diez ha tomado un micrófono y nos ha despedido con una fenomenal bronca a todos. No he entendido nada de su hindi o urdu pero me he apresurado a disculparme con el firmamento. Om Sahana Bhavatu…
Me han indicado que hoy es el momento propicio para acercarse al río y realizar las ansiadas abluciones. Siempre que se realicen antes de las 12 del medio-día, donde la luna pierde su potencia. He encendido un incienso, sobre el lingam, a la talla de Shiva y con ropas blanca he acudido a uno de ghat. El camino está flanqueado por bancos dedicados a la meditación y varias personas se han instalado en ellos. No sé que pasará por sus mentes pero el entorno se vuelve delicado, como tomado de un aire distinto.
Hablo siempre de la densidad del aire,  cómo a veces, cambia, se percibe ese "no sé qué que queda balbuciendo", al decir de San Juan. Y atravieso ese espacio con sumo cuidado, intentando no quebrar su magnitud, no empujar a mi paso, las partículas que lo conforman. Un leve roce bastaría para que el mundo se hundiese hacia su centro. Y el centro es el río.
Me alejo un poco del Ashram aquejado de un leve pudor, pienso realizar mis abluciones desnudo.
Unos cuantos ghats más allá  un grupo de chicos  están realizando ya el ritual y les pregunto si puedo unirme a ellos, si el río es seguro en esa zona. Me invitan de inmediato y me proporcionan el cabo de una cadena atada a la orilla, para que vaya introduciéndome en las aguas. No puedo decir que estén frías, no podría decir si arrastran mucho caudal, hay una emoción que bloquea al resto de los sentidos. Entre risas, por mi torpeza, les pregunto qué hago, qué cuántas veces, qué…me indican que me tape la nariz y los ojos realizando una suerte de mudra con mi mano derecha, mientras con la izquierda me aferro al cabo que me une y sujeta a tierra. Son cinco las veces que introduzco la cabeza, y con ella el resto de mí, en las aguas del río. El momento es fugaz, siento estar entre compañeros de un juego milenario, en un momento que va a marcar mi vida y no sé como vivirlo. Quizá sólo se pueda hacer eso, estar sin hacer, no ofrecer resistencia, dejar que fluya, tantas cosas que nos hemos dicho tantas veces y ahora, con la inconsistencia de un recién nacido, de un recién llegado, experimento. Fluir en las aguas de un río que es tanto como decir fluir con la India. Porque presiento que he entrado, desde el instante en que introducía mis pies, en la historia del mundo. De este mundo, de todos los mundos. De todos los hombres y mujeres que han realizado ese mismo gesto durante milenios y sin los cuales no estaría aquí, ni mi baño, hoy, ahora, tendría sentido. Según salgo del río me despido de mis compañeros de viaje con un Namasté, con un Hari Om y me refugio en los bancos destinados a la meditación. Los comparto con otras tres personas y un perro.
Decido pasar el resto del día en silencio, desconozco si añadirá algo de pureza al acto que acabo de realizar pero todas las fibras, las capas de mi ser desean abandonarse, a esta sensación recién llegada, sin distracciones. De manera que en cuanto vuelvo a mi habitación, todavía mojado, escribo en la palma de la mano: "I´m in silence", y hago de ello mi salvoconducto para el día de hoy. En silencio asisto a las prácticas de la tarde, en silencio veo encenderse las luces de Rishikesh y como sus gentes en silencio se van sentando frente al río, a despedir el Sol,  en silencio tomo una ofrenda de flores que lanzaré a ese mismo lugar, al que ya pertenezco . El Universo tiene reservados para esta hora los colores exactos, el decorador de cielos merece un aplauso. No hay preguntas, todo está lleno de repuestas y éstas, repletas de matices, nos las regala el silencio…




2 de julio de 2015

Cómo escribir poesía


Que sí, que yo voy a este curso de Poesía, me inscribiría en él de hecho si no lo fuese a dar…comienza el miércoles que viene y de seguro que hará sol y buen tiempo. No dejes escapar el verano.


CÓMO ESCRIBIR POESÍA




TIPO DE CURSO: 
La poesía es otra manera de vivir. En este curso intensivo, para desvelar las posibilidades de lo poético, buscaremos las claves en nuestro día a día.
METODOLOGÍA: 
La metodología del curso combina la teoría con la práctica. Cada semana se entregarán materiales y se propondrán ejercicios que el profesor comentará en las clases, en nuestro campus virtual. Asimismo, se resolverán las dudas, se intercambiarán opiniones y se generarán debates que propiciarán un enriquecedor intercambio entre los alumnos.
NIVEL DEL CURSO: 
Iniciación
FECHA DE INICIO: 
8 de julio de 2015.
DURACIÓN: 
  • Duración: 5 clases.
  • Una sesión de dos horas cada semana.
  • 10 horas en total.
HORARIOS: 
  • Los miércoles, de 20:15 a 22:15 h.
  • El grupo tendrá un máximo de doce alumnos.
  • Asignamos las plazas por orden de reserva.
PROFESORES: 
José Antonio Rodríguez Alva
PROGRAMA DEL CURSO: 
  1. Y si la poesía no eres tú. Métrica y poética.
  2. Bienvenidos a la “infame turba de nocturnas aves”. Ritmo y retórica.
  3. El soneto de Violante y otras formas estróficas.
  4. El versolibrismo, micropoemas, versículos, caligramas y otros objetos de fácil construcción.
PRICE: 
95,00 €
http://itacaescueladeescritura.com/como-escribir-poesia

La carretera es una serpiente que puede cortar tu vida y los tres mosquitos suspensivos. De mi vida en un Ashram.



¿La carretera asciende o somos nosotros los que ascendemos?, zarandeados de un lado a otro en la parte posterior del coche. Junto a Hannie, el amigo holandés, he cogido un auto a las 4,30 del otro lado del Rham Jhula (uno de los puentes colgantes que cruzan el Ganga). Vamos a ver amanecer en el Kunjapuri Temple. Adquirimos una costumbre que se hará popular en mi grupo, al subirnos a cualquier medio de transporte cantamos Om Sahana Bhavatu…y una sonrisa nos recorre el rostro, como si hiciéramos una travesura que cambia la densidad del aire. Es noche y las luces de Surya (el Sol) van a apareciendo tras las montañas. Pasamos junto a pueblos que se desperezan y cuyos habitantes empiezan a cargar haces de leña. Les acompañan los inevitables monos y algún perro escuálido. Cruzamos regueros secos, regueros llenos de agua e incluso una pequeña cascada (a la vuelta me aliviará del calor).
Nos dejan al borde de un camino con la indicación arriba, arriba. Y arriba es una escalera interminable, ¿la ascendemos o es ella quien nos asciende?
La entrada al templo está franqueada por dos leones ya terroríficos, ya de terracota, según mires. A continuación una gran explanada asomada a las montañas. Son las 5,30 y no esperábamos encontrar a un chico hawaiano tocando su oukalele, a una estadounidense meditando, a un pequeño grupo de personas que parecen buscar su lugar en el mundo, que quizá sea éste. Da comienzo un canto brahmánico y Hannie se apresura a sentarse para meditar, yo aún recorro al perímetro del templo, una vez más, antes de decidirme por el lugar correcto, inspirador.
Nadie te advierte frente a la magia, no hay nada que entender en ella, simplemente ocurre,  se da,  de pronto las normas que rigen los asuntos de los hombres han desaparecido, se han volatilizado y sólo permaneces ante el gran vacío que lo llena todo. Entornas los ojos, creas espacios para tu columna y respiras. Nada se interfiere entre el universo y tu ser, nada, porque descubres entusiasta que aquello que tus sentidos no alcanzan es lo que buscabas, que te estaba esperando en este momento que no tiene cualidad alguna conocida.







Samosas, empanadillas vegetales, son lo que están preparando una amable pareja en un chiringuito que se halla en el lateral del templo. Nuestros estómagos, que sólo han ingerido un vaso de agua, no pueden resistirlo y nos apresuramos a pedir unas cuantas acompañadas de un té que hierve en el interior de una tetera de aluminio. Chai (té) con masala (especias). Algo nos dice que vamos a hervir lentamente.
Visitamos las dos estupas, con forma de monte Nehru, que componen este lugar sagrado. Por un momento vuelvo a reencontrarme con viejas conocidas, las abejas asesinas de Shiva. Pero hoy y mientras dure el fresco, parecen más interesadas en los dulces depositados frente a los altares. Un Brahmana (sacerdote) saca brillo a todo, deposita sus hilos teñidos de rojo y sus polvos para imponer sobre las frentes. Nos acercamos y nos unge. Mi muñeca derecha aparece ya sobrecargada de hilos de colores, ellos serán mi reloj, una brújula de los lugares visitados, conservarán los contactos y pulsiones aprehendidas, serán testigos de la emoción y la sonrisa de las que han sido participes.
Descendemos lentamente la colina, ¿descendemos, la colina nos desciende?, por el lado opuesto a las escaleras, en dirección al pueblo que vive abajo. Estos diez días que dan comienzo hoy,  constituyen la festividad del Navaratri, diez días de purificación, así que la primera persona con la que nos topamos está pintando a su hijo de azul, de Krishna, el niño azul. Nos ofrece agua, se deja fotografiar orgullosa y obtiene unas rupis. El niño parece un sultán, un rajá azul con la mirada fiera. El sonido de las rupias han hecho aproximarse a un hombre Hanuman, un hombre mono literalmente. Sólo se comunica a través de los sonidos guturales que emiten los simios. Cuando termina su dicharachera interpretación nos enseña un billete de 500 rupias y nos pide sumarle otro igual. Nos excusamos explicándole que los ricos americanos aún permanecen arriba. Entre todos nos trasmiten, o eso creemos entender, que a mediodía habrá una peregrinación.



Encontramos a nuestro conductor desayunando amenamente en una terraza del pueblo, unas patatas Lays ¡Spanish Tomato Tango! Mi carcajada le aturde un tanto y trato de explicarle el chiste que no comprenderá, que ni yo mismo entiendo, sino es desde el surrealismo que acompaña a las campañas de marketing que por estos lares acostumbran.
Hemos quedado para comer con nuestro grupo en un restaurante local, donde Lokesh, Rashu (con quien volveré a Dehli en tren) y Bikran, jugarán una vez más con nuestros estómagos entre risas cómplices. Con menos picante ¿verdad? La comida ha sido excelente y gracias a ellos nos han colocado en un salón con aire acondicionado y medio centenar de personas pendientes de todo lo que se nos antojase (los contrastes de India). En ocasiones es enternecedor y extraño recibir este regalo por lo que supone de inusual. Nuestra vida en el Ahsram es bastante espartana, digamos que ascética, y el arroz y las verduras que nos ofrecen (riquísimas ambos) son nuestra fuente de alegrías. Espero se me disculpe la hipérbole.
Mi cuaderno registra hoy un dibujo que realizo sobre la marcha, subido al coche, de una simpática señal de carretera. La misma representa una secuencia de curvas y en ella reza la leyenda: "La carretera es un cuchillo que puede cortar tu vida". El pensamiento me parece digno de una Upanishad moderna donde con las prisas he leído: "La carretera es una serpiente (snike en lugar de knife) que puede cortar tu vida". Dejo la meditación acerca de tan obscuras palabras para otro momento.
Al caer la noche, rodeado de mosquitos, he buscado refugio en el baño. Mientras termino con estas notas, en un acto reflejo, que muestra mi falta de atención, he cerrado de golpe el cuaderno dejando atrapados a varios insectos en su interior. Con cierta congoja lo abro de nuevo y la página me revela tres manchas sanguinolentas. Son tres mosquitos que con los que involuntariamente he terminado. Curiosamente ordenados, son los tres mosquitos suspensivos…







18 de junio de 2015

Let it be… el Ashram de los Beatles. De mi vida en un Ashram.

No viví la revolución hippie, ni gusté de la música Beatles, era más Rolling, pero la estancia en Rishikesh me invitaba a visitar el lugar donde los músicos ingleses se reunieron con Maharishi y dieron lugar a cierta moda espiritual en occidente. Los seguidores de Maharishi, que practicaban la meditación trascendental, en ocasiones son conocidos como Hare Krishna, aunque ese término en India no se utilice (todos somos Hare Krishna me aseguró un amigo hindú, seguimos a Krishna…). El lugar está debidamente señalizado bajo una serie de letreros que anuncian locales más modernos. Al aproximarte cruzas sobre regueros secos que en la estación monzónica se convertirán en aliviaderos para que el agua alcance el río. Frente al Ashram un ligero desnivel conduce a una playa fluvial y a
un recogido espacio abierto, en el que bajo una higuera sagrada, se reúnen meditadores de todo tipo. Las puertas del lugar, en apariencia deshabitado, permanecen entreabiertas y al parecer una comunidad de guías pobres se ofrece a enseñarte sus ruinas, a cambio de unas rupias. Me advierten que mejor no me interne solo en el interior. En ese momento acuden a mi memoria la ruinas de un imperio de alguien levantó, pretextando espiritualidad, hasta hacerse inmensamente rico. Sé que Maharishi terminó sus días en un palacio holandés rodeado de fieles discípulos de origen acaudalado. No quiero aventurar ningún juicio ni prejuzgar en este espacio, que en ocasiones, desalentado, encuentro que es un gran parque temático del Yoga. He presentido, cuando no vivido abiertamente, el impacto lacerante de la espiritualidad del lugar y de tantas personas acercándose al río a realizar abluciones, para estrechar los lazos humanos y con los dioses, de un lugar donde los árboles son rodeados de hilos de colores y todos los animales respetados, que Rishikesh merece la consideración de santa, pese a que en ocasiones nos visite el huésped incómodo del desencanto.
Hoy, después de algo más de dos semanas, no he acudido a la primera práctica. Mi mente se ha revelado, arrastrando a mi cuerpo a permanecer en la cama. En la calma. Quizá no practicar esta mañana me ha inundado de pensamientos largo tiempo larvados. El descreído occidental ha salido de paseo.
Harrison practicó con su sitar en estos parajes, Lenon, Mc Cartney compusieron parte del albúm blanco entre la paredes derruídas que contemplo. Todos aparecen sonrientes en la foto, sobre una lujosa alfombra.
Let it be me digo, déjalo estar. Alguien, como refiere Colinas en su "Sepulcro en Tarquinia" habitó estos lugares ahora presos de una vegetación que todo lo ocupa y que una vez más nos devuelve a nuestra insignificancia.





29 de mayo de 2015

El templo de las avispas asesinas de Shiva. De mi vida en un Ashram


A primera hora de la mañana nos ha venido ha recoger, en la parte posterior del Ashram, un Ambassador, mi coche favorito de India. No lleva aire acondicionado, el cambio de velocidades (situado junto al volante) rasca, la suspensión es dura, ningún adelanto eléctrico, en los asientos de polipiel te quedas pegado, es sólido como un ladrillo, el más elevado estándar de la retro-incomodidad y…me encanta. El conductor es un tipo que adelanta en las curvas, en las rectas, sobre precipicios, sortea monos, vacas, algún transeúnte, adelanta siempre adelante. Nos deja a la entrada de un pueblo lleno de ofrendas para Shiva, su templo se haya al fondo, collares de flores, dulces, agua del Ganga, incienso…De todo ello tomamos alguna cosa: Zed Black, un incienso blando, moldeable que emite un humo profundo que lo cubre todo, al parecer muy del gusto de los dioses. Amasamos unas barrigas y las depositamos ceremoniosamente en el altar, un brahmán nos impone el tridente de Shiva sobre la frente y nos introduce ceniza en la boca. Algo de todo esto me resulta familiar y extraño (no imagino a ninguno de nuestros sacerdotes sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo, portando por todo ropaje un doti o taparrabos, frente al fuego colocando hilos rojos en la muñecas y sin embargo sus gestos me son tan cercanos). De resultas de  andar descalzos, los zapatos los abandonamos hace ya…, he introducido la planta del pie en la boca de una avispa, ha sido una punzada aguda, hirviente, el aguijón de mil insectos, he percibido como la piel del pie se dilataba, instantáneamente, según se introducía el veneno. El acto de levantar el pie ha sido reflejo. Apenas doy dos pasos para comprobar que el pie aún me sostiene cuando un segundo mordisco me atenaza la parte alta del muslo. En mitad del templo me he bajado, literalmente los pantalones, mientras le pedía a Hennie (el amigo belga que me acompaña) que me asegure, por dios, por Shiva, que la avispa se ha ido. Ambas mordeduras, en la pierna derecha, me proporcionan una cojera elegante, algo byroniana así que con ese vaivén gracioso,  decido abandonar el lugar a la velocidad máxima que alcance el Ambassador. Hermoso templo sin duda. 


Hoy es domingo y ya llevo quince días en este retiro que por momentos no lo es tanto. A la tarde tenemos un concierto de sitar, tabla y flauta junto al Laxman Jhula, el puente sobre el Ganga más alejado del Ashram. Después de comer lentejas, Dhal, hasta la saciedad y de contar mi aventura ante la hilaridad de todos, emprendo un paticojo viaje hasta el lugar donde se desarrollará el evento. A modo de reconocimiento y para no perderme cuando todo esté a oscuras.
Un edificio de cuatro alturas rematado con un tejado en forma de pagoda me advierte que estoy ante un templo, ¿dedicado a Shiva quizá?. Asciendo por sus plantas temáticas, donde en pequeñas estancias, capillas, tras las rejas se encierra todo el imaginario hindú. Culmino la ascensión y hago sonar la campana más alta anunciando a los dioses mi paso. Perdono a las avispas asesinas de Shiva e imploro el mismo perdón para mí.


19 de mayo de 2015

Las moradas interiores de India y Último Ahora en Madrid. De mi vida en un Ashram



Vivo en moradas interiores y a 9.000 km de distancia de donde hoy se presentará "Último Ahora", esa antología de poemas en la que he trabajado durante un año, y que tras mucho insistir, hoy se leerá en al Ateneo de Madrid. Hace doce días, en la sala de espera del aeropuerto de Barajas, grababa un mensaje de bienvenida, de compañía todos los integrantes del libro, que hoy sonará in ausentia: "si escucháis esto es que estoy en un Asram en India…" Me he traído algunos ejemplares, uno para la biblioteca que dejo junto a una plaquette de Anaís, otro para el Gurú. Imagino la sorpresa de cualquier hispanohablante cuando los encuentre entre los anaqueles. 
Viene viento del este y el aire es limpio como una manzana: "Yo he fracasado ante el olor de las manzanas". La luz se anuncia como una revelación a través de la ventana. Pienso mucho en la moradas, las interiores, las exteriores. Dónde se encuentran los límites, cuales sus propiedades, las características que encierran. Todo es interior y probablemente, el universo que nos representamos, no sea otro que el que llevamos dentro. Me siento cómodo con esa teoría especular del mundo y cada vez que me siento a contemplarlo, reduzco las distancias que lo separan. Entre el que contempla, lo contemplado y el medio de la contemplación. 
He estrenado un mat (esterilla) de color amarillo que adquirí hace unos días. Me gustó que ya pareciera usado, estaba expuesto al sol desde hace tiempo, en una tienda que 
es propiedad de uno de los personajes más estrafalarios que cohabitan por aquí. Parece un indio cheroke, con un sombrero de plumas y un chaleco lleno de chapas. Tiene una de los puestos más miserables y lleno de artículos que sobrellevan, a malas penas, la patina del tiempo.
Me he elevado sobre la tierra y he cantando "Govinda Hare" esta noche en el Aarti (ceremonia del fuego). Me recojo en mi habitación y espero que lleguen las 23 h. En otro lugar se está presentando un libro que amo, por parte de poetas que amo. Quiero hacerles llegar este aliento nuevo, la luz de esta morada, sus contraluces, el sonido de un cuenco cantor y desde la obscuridad que ahora lo cubre todo, les sonrío.




7 de mayo de 2015

Malas, cuencos cantores, Shiva en la isla del tesoro. De mi vida en un Ashram


Hoy ha despertado, con todos sus atributos, el pequeño demonio occidental que llevamos dentro, y le he sacado de compras…primero hice una lista mental de cinco personas para cinco Malas (ese collar de 108 cuentas que sirve para recitar mantras, para acompañar durante la meditación) y ávidamente los tomé de un puesto al final de la calle (de los escasos que regenta una mujer). Corriendo bajo al río para bañarles, para realizar una breve y sentida ceremonia de purificación (sé que a sus futur@s poseedor@s agradecerán el gesto), recitando el Gayatri Mantra. Acompaño el acto con flores del jazmín que hay a la salida del Ashram. Nada se debe dejar al azar, sólo el azahar. Y es que esta tarde, después de 9 días no he asistido a la práctica de la tarde. Tras la comida un cansancio insondable me ha mantenido en cama, hasta que despertó el demonio. Al volver con los Malas sonrientes, me introduzco en una tienda donde vislumbro cuencos cantores y me dispongo a hacerlos sonar, a todos. Uno de ellos sale colgado de mi brazo. Nada más acercarle el stick ha comenzado a vibrar y ya me relamo pensando en las veces que lo voy a hacer sonar en mi cuarto. Entro en una tienda de Himalaya (productos de parafarmacia naturales) y me llevo un Triphala (protector de estómago que horas después presto a Cristal, natural de Michigan, con problemas intestinales estos días). Aún la calle me depara más irresistibles tentaciones. Una representación en bronce de Shiva, su versión local, con tridente, sentado en meditación sobre la piel de un tigre, mostrando amistoso la palma de su mano derecha. Me ofrecen su talla dorada y me fijo en otra ennegrecida y verdosa, no sé por qué esta última me enternece (la llamada del patito o Shiva afeado). Esta noche al mostrar mi deidad (claro que la compré), Rashu me indica que los dioses deben estar limpios, inmaculados, que si lo deseo se la lleva a un amigo para que la deje completamente dorada. No soy capaz de desilusionarle explicando porque precisamente me llevé el oscurecido pero tampoco accedo a que lo lustren. A Shiva le va a acompañar, a partir de ahora, un lingam en el que quemaré incienso, a modo de pequeño altar en el lavabo del fondo de la habitación. Cuando me retiro cargado de tesoros, descubro que mi frutero (empuja un carro con frutas), ha desaparecido de su lugar habitual, así que me aprovisiono de plátanos en otro puesto, con la sensación de estar realizando una pequeña traición. Al entrar en el Parmath Nikettan parezco una señora bien que sale bien de unos grandes almacenes, ruborizado voy corriendo a esconderme con la esperanza de no tropezar con nadie. 
Me comprometo a no ausentarme más de las prácticas, no vaya a ser que tenga que comprar una maleta para llevarme lo que al pequeño gran demonio se le antoje.



 P.S. Cuelgo abajo la pizarra con los nombres y secuencia de las asanas que hemos realizado hoy. 22 en total, quizá algún día repita esta secuencia con mis alumnos (compañeros de práctica) y les aconseje que después de realizarla escondan sus carteras en la isla del tesoro.


30 de abril de 2015

Kshama Darnuola, Nepal.



Siempre he pensado, e incluso afirmado, que si un día no aparezco, comparezco o no atiendo más llamadas será porque al fin me he quedado en Nepal. Me he ido acostumbrando a su paso lento por las calles de Thamel, a sortear los turistas de la Durbar Square (los que posan frente al palacio de La Kumari), a ascender con la primera o la última luz a la estupa de Swayambhunath, a cobijarme junto a un té en el Katmandú Guess House, a quedarme quieto, hipnótico, por no sé cuantas horas, frente al dibujo colorido de un Tanka. Quizá no se debe volver al lugar donde uno fue feliz, pero insistiría con Bhaktapur, con Bohdana y sus cantos a la mañana, con la vistas sobre el Himalaya desde Nagarkok, Pokhara y su largo lago, la montaña sagrada del Machapuchare y su doble cresta de cola de pez, camino del Annapurna. Y soy consciente que todo esto no es más que un recorrido sentimental por lugares de los que ya no sé si siquiera existen. Confieso que he sido incapaz, hasta ahora, de sentarme frente a las imágenes de la tragedia y buscar con la mirada la del joven Rahma, que nos acompañó en el último viaje, la de su hermano menor, la de Khuti que nos alegraba haciendo sonar sus cuencos cantores sobre nuestras cabezas, y la de tantos cuyas sonrisas nos acompañaron.
Me siento bajo el zócalo de cualquier puerta de entrada a una casa y extiendo los brazos como un aire tibio, como un río, como una vibración larga y un tanto plañidera, que pronuncia los nombres de la vida. De las muchas reencarnaciones que la vida tiene, y que desde el pasado sábado pugnan por encontrar otro lugar, quizá alguno entre los palpitantes pechos, de estos westerns que les amamos. No sé cuando volveré a Nepal y ya estoy allí, bajo los monzones que este año, tozudamente, parecen adelantarse, bajo los cielos protectores de sus montañas, corriendo a través del río Bagmati, abrazándome a las espaldas de los newaris. Disculpad si parezco ausente.
Parece que los nuestros, todos son nuestros, han regresado ya o están a punto de hacerlo. No nos quedemos con los que vuelven sino quedémonos con los que se quedan, con aquellos que ahora viajan a uno de los lugares más hermosos del firmamento, con los que allí aguardan nuestra compasión, poner el corazón al lado del otro, ser un único organismo.
En la Durbar Square de Katmandú, una noche, festividad de la democracia, hacia un 22 de febrero, rugimos como leones frente a estatuas de leones, junto a un templo rojo. Nunca encontraré, para estos momentos, más hermosa metáfora.

P.S. Aterricé por última vez en Katmandu en febrero de 2009 y hoy en un llanto lento pronuncio Namasté Nepal, Kshama Darnuola Nepal, lo siento. Me siento Nepal.





24 de abril de 2015

Si bailar es la respuesta a la lluvia. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)


¿En qué momento Molly saltó al río y comenzó a bailar? Cuando llegó la lluvia…un cielo obtenido de un cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre un mar de nubes, he pensado, este cielo de Rishikesh ha convertido la puesta de sol en una fiesta, donde a los danzarines les mojaba el agua que descendía desde lo alto, el agua que venía corriendo desde lejos. Una alta forma de alegría nos ha introducido en el río y alguien, Molly con su cabellera teñida de rubio por las nubes, con los brazos en alto, ha ejercido de vasta sacerdotisa del viento. Una amalgama de todos los colores bailando en un latido. Sé, por sensato que parezca, que habré de recordar este momento, como uno de esos escasos ritos iniciáticos a los que, a todos, nos es dado asistir.

 Me fotografía por la mañana un amigo hindú junto al Root Droft Shati, o árbol de Shiva, que sólo crece en los Himalayas, y recorre pacientemente a mi lado la galería de dioses que circundan el Ashram, explicándome detalles de los avatares de Vishnu (avatar es palabra sánscrita). No apunto su nombre pero sí mi deuda con él.
La mañana nos ha traído la noticia triste de que Mataji, nuestra profesora de canto védico y asanas, que con su voz hace que la jungla cante en su respuesta, ha sido ingresada en un hospital de Bombay. Sufrió un desvanecimiento prolongado y su edad, 78 al parecer, han recomendado que la trasladasen hasta ese lugar (no quiero pensar en las 18 horas de viaje que hay, en tren, hasta allí).
Ha llegado al Ashram Peter, un americano de Miami, que habla perfectamente mexicano, y que ha recalado aquí después de dos años y medio de viaje recorriendo los lugares santos del orbe. ¿Santiago incluido? Santiago incluido guei.
La lluvia llegó más tarde y me introdujo de nuevo en la fascinación que siento por ella desde niño. Evoco el antiguo truco que usaba mi madre para sacarme de la cama por las mañanas: -José Antonio, ¡levántate, que está lloviendo! Así que recorro esta lluvia con la sensación de placidez, de desnudez, que siempre me acompaña al cubrirme de agua. Con el recuerdo otras lluvias bajo el monzón, la calidez que desprenden sus gotas, el acto mágico de niños y adultos bañándose en la calle. Y reparo en que sólo hay que dejar que suceda, despojarse de nuestro pesado calzado (llevo 8 días viviendo sobre unas chanclas negras), no ofrecer resistencia, no huir, no sentir culpa al mojarnos y no pretender ser otros para la lluvia. Todo se moja en este espacio de la memoria.


Cuando regreso a mi habitación, repaso las fotografías que he tomado discretamente con el móvil, que aquí sólo me sirve para tomar fotos, y descubro ésta, la de una orante solitaria bajo las nubes de Caspar David, rodeada de gente y viviendo su soledad en comunión con su gesto, tomando agua del río y devolviéndola al río, con una actitud atenta, desapegada, realizando una y otra vez el mismo acto, como si toda la vida se resumiese en el cuenco de sus manos, en ese ir y venir,  e intuyo de repente, que acabo de recibir de forma insospechada, la más grande de las enseñanzas.
Las hormigas avanzan sobre la manzana y las cuatro peras que tengo…