24 de abril de 2015

Si bailar es la respuesta a la lluvia. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)


¿En qué momento Molly saltó al río y comenzó a bailar? Cuando llegó la lluvia…un cielo obtenido de un cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre un mar de nubes, he pensado, este cielo de Rishikesh ha convertido la puesta de sol en una fiesta, donde a los danzarines les mojaba el agua que descendía desde lo alto, el agua que venía corriendo desde lejos. Una alta forma de alegría nos ha introducido en el río y alguien, Molly con su cabellera teñida de rubio por las nubes, con los brazos en alto, ha ejercido de vasta sacerdotisa del viento. Una amalgama de todos los colores bailando en un latido. Sé, por sensato que parezca, que habré de recordar este momento, como uno de esos escasos ritos iniciáticos a los que, a todos, nos es dado asistir.

 Me fotografía por la mañana un amigo hindú junto al Root Droft Shati, o árbol de Shiva, que sólo crece en los Himalayas, y recorre pacientemente a mi lado la galería de dioses que circundan el Ashram, explicándome detalles de los avatares de Vishnu (avatar es palabra sánscrita). No apunto su nombre pero sí mi deuda con él.
La mañana nos ha traído la noticia triste de que Mataji, nuestra profesora de canto védico y asanas, que con su voz hace que la jungla cante en su respuesta, ha sido ingresada en un hospital de Bombay. Sufrió un desvanecimiento prolongado y su edad, 78 al parecer, han recomendado que la trasladasen hasta ese lugar (no quiero pensar en las 18 horas de viaje que hay, en tren, hasta allí).
Ha llegado al Ashram Peter, un americano de Miami, que habla perfectamente mexicano, y que ha recalado aquí después de dos años y medio de viaje recorriendo los lugares santos del orbe. ¿Santiago incluido? Santiago incluido guei.
La lluvia llegó más tarde y me introdujo de nuevo en la fascinación que siento por ella desde niño. Evoco el antiguo truco que usaba mi madre para sacarme de la cama por las mañanas: -José Antonio, ¡levántate, que está lloviendo! Así que recorro esta lluvia con la sensación de placidez, de desnudez, que siempre me acompaña al cubrirme de agua. Con el recuerdo otras lluvias bajo el monzón, la calidez que desprenden sus gotas, el acto mágico de niños y adultos bañándose en la calle. Y reparo en que sólo hay que dejar que suceda, despojarse de nuestro pesado calzado (llevo 8 días viviendo sobre unas chanclas negras), no ofrecer resistencia, no huir, no sentir culpa al mojarnos y no pretender ser otros para la lluvia. Todo se moja en este espacio de la memoria.


Cuando regreso a mi habitación, repaso las fotografías que he tomado discretamente con el móvil, que aquí sólo me sirve para tomar fotos, y descubro ésta, la de una orante solitaria bajo las nubes de Caspar David, rodeada de gente y viviendo su soledad en comunión con su gesto, tomando agua del río y devolviéndola al río, con una actitud atenta, desapegada, realizando una y otra vez el mismo acto, como si toda la vida se resumiese en el cuenco de sus manos, en ese ir y venir,  e intuyo de repente, que acabo de recibir de forma insospechada, la más grande de las enseñanzas.
Las hormigas avanzan sobre la manzana y las cuatro peras que tengo…


2 comentarios:

Anaís dijo...

"sólo hay que dejar que suceda, despojarse de nuestro pesado calzado (...), no ofrecer resistencia, no huir, no sentir culpa al mojarnos y no pretender ser otros para la lluvia."

Éste y el último párrafo son inmejorables, transmiten grandes enseñanzas.

He dedicado esta noche a pasear y releer todos y cada uno de los capítulos de tu Cuaderno de la India. Un hermoso contenido, Atman, no lo dejes.

Gracias. Namaste. Abrazo inapagable.

wolf dijo...

Gracias Querida Atman, amanezco con tu comentario impagable y me animo con otra entrada, uno no sabe si a alguien interesa o lee el rumbo errático de ese cuaderno volandero…mi abrazo con canto de pájaros.