Descendemos hasta el río y realizamos una inmersión ritual, recojo unas piedras con los que no sé qué hacer el resto del día, salvo compartir con su peso mi mochila.
De vuelta a Rishikesh cruzamos al otro lado del río en barca, le pregunto a Rashu si el río lleva peces y si, en ese caso, se alimentan de ellos (no he visto ninguna carta que contenga pescado en su menú) y Rashu nos ofrece unos conos de papel llenos de virutas:
- Toma para alimentar los peces mientras cruzamos. Aquí no nos comemos los peces, les damos de comer.
Hoy almorzaremos fuera del Ashram, unas bandejas que incluyen todas las delicatessen que podamos ingerir, arroz aderezado de diferentes formas, dhal (sopa de lentejas), chapati y papadooms (panes), verduras picantes, cocinadas con ghee (mantequilla clarificada), dulces de postre…un banquete.
A la puesta de sol tomo un recipiente vegetal que contiene infinidad de pétalos, un incienso, un cabo impregnado en queroseno: mi primera ofrenda. Y el río se la lleva encendida, mientras pido (sin saber muy bien qué pido ¿felicidad, encuentro, consciencia?), por todos nosotros, los presentes, los ausentes que llevo conmigo, los que conozco, aquellos de conoceré y quienes se han ido.
Escribo un proyecto de poema al retirarme a la habitación y no creo que se salve ninguno de sus versos. Bueno, quizá:
Dramática melodía de despertadores,
sonrisas a las que apremia ponerle rostro,
sudor, agua, monos, insectos,
es día de manzanas dicen.
Todos preparados, listos, frutas.
La lluvia se materializa en el lenguaje.
El edificio horizontal del agua
que fluye,
el de la mujer que canta con todo
el cuerpo
son el río que se oculta a todas
las miradas,
son el río que no ves.
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