
Al salir, un chico me explica que su gurú lo ha mandado seis meses al mundo, para que lo conozca y sobreviva en medio de él, después de 6 años de aprendizaje. Me produce una misericordia inmensa su gesto indefenso y no sé qué puedo hacer por él (entre darle un consejo o un plátano, opto por lo segundo). El resto los guardo cuidadosamente en la mochila para no padecer de nuevo el ataque de los monos, ladrones de plátanos, del puente por el que dispongo a cruzar al otro lado de la ciudad…
Sé que todos los ríos son el mismo río, aunque atravieso uno casi seco, que arrastra los desechos de la ciudad y donde viven los únicos cerdos que he visto en India. Y entre ellos un poblado de subcasas (y esa es, a veces, ya es una catalogación harto difícil de establecer aquí). Sin luz ni agua, salvo la de las cloacas, sus habitantes no parecen tristes aunque me pongan triste.
De regreso, a la puesta de sol, Miski Biski (el ratón de razia, que me acompaña cuando salgo fuera del Ashram) se ha encontrado con un 5 de picas negro y me lo muestra orgulloso sobre una de las rocas del río, del otro río, el que no está seco, el río que nos salva de la tristeza.
De regreso, a la puesta de sol, Miski Biski (el ratón de razia, que me acompaña cuando salgo fuera del Ashram) se ha encontrado con un 5 de picas negro y me lo muestra orgulloso sobre una de las rocas del río, del otro río, el que no está seco, el río que nos salva de la tristeza.

(El día acaba con un grito, el que emite un inmenso insecto negro, al que encuentro al entrar en la habitación. Siempre hay alguien que se puede asustar más que tu…)
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