Al fondo, desde la vista de mi habitación, tras las cúpulas de la biblioteca (vivo frente a ella) y colina arriba, hay un templo, alto entre los árboles altos. Esta mañana he reparado en su existencia y en el marco que le proporcionan los Himalayas. Todo acuarelable, muy Turner. La belleza es simplemente, no hay que hacer, está o no está presente, y aquí lo hace con generosidad.
Me encuentro con Katia (la amiga y profesora de Madrid) a las 6,30 después de que Mataji (profesora de canto médico) nos introduzca un día más en el canto de Mantras. Practicamos juntos y con un grupo numeroso de personas, que pueden asistir, si así lo desean, a las clases. Hemos finalizado con un ejercicio de Nidra Yoga y me propongo introducirme en él, ha sido delicioso sentir cómo todo nuestro cuerpo se diluía, con peso, sin peso en el suelo. El lenguaje de la relajación es universal, es un tono, una vibración que fluye con el Todo. Mataji es una mujer de mediana edad (descubro después que a sus 70 años pareciera no haber pasado de los 50), con una voz clara, de río, que sumerge y acaricia con la naturalidad de quien no realiza un esfuerzo. Y completa los asanas sin perder un ápice la compostura de su sari naranja, apenas un toque aquí o allí, y todo vuelve a estar en su sitio tras haber realizado una ¡postura invertida!. Yo no dejo de pelearme con mi camiseta y el pantalón pijama (que eran más blancos al llegar).
Hoy el día nos ha traído bochorno, algo parece estar cambiando, como si fuera de época de los monzones, algo de monzón aún restase por llegar. Nuestra respiración se intensifica un poco más, debido a las bajas presiones. Cinco días de práctica intensa y mi organismo empieza a notar sus efectos. En mi parte posterior, donde me incomodo sobre un ladrillo de madera, a la altura del sacro, se está desarrollando una callosidad, dureza u otro fenómeno que no me atrevo a desentrañar. He notado todo el tiempo cómo avanza. Un ligero escozor primero, una presencia dolorosa después, un hormigueo más tarde que se ve acompañado de algún tipo de fluido que se vierte afuera, de color pardusco. Acuarelable también.
Se nos han sumado los insectos, en su mayoría mosquitos, parecen sumamente intrigados por aquello que hacemos y se cuelan por todas partes, en algún momento de la tarde hemos realizado una suerte de yoga dinámico, imprevisto. Sólo al atardecer y bajo las luces de los focos tomo consciencia de su número. De su constante y abigarrado vuelo sobre, entre, cabe, por, tras nuestras cabezas. Espero que conozcan y valoren el hecho de que yo voy embadurnado de arriba abajo de poción mágica, de un poderoso elixir repelente al que apodan Relec.
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