11 de febrero de 2011

DESNUDAME DESPACIO, QUE VENGO HERIDO


(fotografía Francesca Woodman)

Hablaba un poeta granadino de los patios de soledad y tarde.  La escena más memorable de "The Belly of an Architect"  Peter Greenaway (1987), transcurre en un patio. En un atrio de columnas jónicas, donde sobre  pedestales, reposan los bustos de los doce Césares. El anónimo doctor, un oncólogo, explica al abultado arquitecto, Brian Dennehy, cómo cada uno de los rostros que recorren, sufrió la misma fortuna. Tras el sueño de una noche de primavera murieron solos, gritando.
Soledad y locura son malas compañías de picnic. Tayllerand a Napoleón: "Sire, con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, salvo sentarse sobre ellas". Han traído estas mañanas resplandores dorados y humo que mancha. Algunos rojos cadmio y sábanas ausentes. Nos hemos recuperado de nuestras vulnerabilidades, pero seguimos siéndolo. Basta un ruídito. El que hace otra respiración. En ocasiones como ésta, los que tenemos obstruido el lacrimal, nos aventuramos a dar un abrazo. Me han recordado que no todos tenemos el/la amante que nos merecemos (fue en el pasado).
Me asomo cada mañana al espejo con la confianza de que hoy tampoco se rompa. He olvidado a quienes posaban conmigo complacientes. Soy ángel de sonrisas, húngaro que elige en la batalla  reciente como la sal, la luz y el chocolate.
Nos desnudaremos sin duda o con ellas, saldremos a respirar la noche. Alguien, Roma, nos acogerá en su seno, como si todo fuera ocurrir por primera vez.
Esta mañana le he dicho al espejo, en un hilo de voz: desnúdame despacio, que vengo herido... y ni el espejo ni yo, hemos hecho caso.

El autor ha inhabilitado la creación de comentarios para esta entrada.