25 de mayo de 2011

Las sábanas, la primavera

Apuntes del natural. 

Doy la vuelta ante una carretera cortada. En el primer pueblo que  encuentro, una señora me detiene y pregunta si ya han abierto la carretera. Le indico que no, que de hecho acabo de de darme la vuelta un instante antes. Le consulto a mi vez como llegar a un pueblo al que no quiero ir. Quizá por mantener conversación. En el primer cruce que aparece, el coche que viene detrás me hace señas de que voy mal. Identifico al volante a la persona que me dio amablemente las indicaciones para ir al pueblo adonde no quiero ir. Rectifico y tomo el camino correcto. Igual en el cruce siguiente, mientras ella contempla horrorizada cómo siempre me equivoco. Debe pensar a estas alturas que sus instrucciones han sido penosas o que quien conduce delante es un alma perdida. Empiezo a fijarme en todos los desvíos que anuncian el pueblo adónde no quiero ir. Finalmente lo alcanzo y mientras mi coche lazarillo continúa su camino satisfecho, me deshago en agradecimientos. Así consigo llegar al pueblo al que no quería ir. 

Me siento en la terraza de una cafetería con un capuchino. Una chica rubia de acento ¿canadiense? me pregunta si me molesta que se siente a mi lado. Veo que hay sitios libres pero no me molesta, al contrario, y creo que así se lo hago saber. Al rato queda una mesa libre detrás mío y se mueve a ella. ¿Qué he hecho mal? Al irme le deseo una feliz tarde. Creo que me da las gracias con su acento ¿canadiense?

Me saludan, mientras paseo, desde varios coches pero como llevo gafas de sol, me limito a devolver el saludo sin identificar a nadie. Uno de ellos se detiene pero continuo mi marcha. Al rato, otro o el mismo coche hace otro tanto. Alguien desciende  y me invita a una tertulia, a que lea unos poemas. Me pregunto qué querrían los otros. 

He recordado por qué era tan amable doblar las sábanas antes de tenderlas, entre dos. 

Me he decidido con un aplomo épico y estoico a estrenar sábanas. Son de inicios de primavera.  Llevan flores rojas y hacen juego con fundas de almohada rojas. Mañana me obsequiarán con una almohada realizada con güitos de aceituna calcinados, me pregunto si también será roja. Estoy deseando otro acto de heroicidad y estrenarla. 

8 comentarios:

Jesús Urceloy dijo...

¡Qué hermoso, qué bellísimo texto y qué parrafo de entrada con ese pueblo al que no se quiere ir, con la muchacha que no se quiso quedar sentadad, con elñ poema que no se pudo leer entre saludo y saludo y gafas negras y sábanas desconocidas!

cuentagotas dijo...

Quizás la canadiense buscaba el sol (un poner).
No podré asistir a la ceremonia almohade, pero enhorabuena por el finalismo.

wolf dijo...

Gracias maestro! y a Cuenta... por desvelar el misterio...;)

wolf dijo...

cielbrouille (http://cielbrouille.wordpress.com/) ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Las sábanas, la primavera":

¡Una historia estupenda! A veces hay actos de heroicidad en las cosas más pequeñas, estrenar sábanas, rasgar hojas por la mitad mientras te tiemblan las manos, volver a Burgos o atreverte a escuchar Antonio Vega.
A veces todo te lleva a donde no quieres ir, pero después de un agradable café y de la compañía de una desconocida, toda una mirada se agazapa tras unas gafas de sol.
Seguro que son rojas, Lobo, rojas...como la primavera...

wolf dijo...

Sostenía que el asesino siempre vuelve al lugar donde fue feliz... ahora no estoy tan seguro, al menos de que deba hacerlo. Casi me cargo tu comentario :( serán cosas de primavera que espero se vuelva roja.
Gracias por el Otro comentario:)

Anónimo dijo...

Me ha costado unas risas tu despiste (otra vez)estás totalmente primaveral, Lobo, qué gracia. Yo no sé si podría volver (lo comentaba con un amigo común hace algunos meses)y en estos casos siempre acudo al genial Sabina: "Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver", yo lo comprendí sentada en un portal mientras me fumaba diciembre. Se me vino el mundo encima.

Maullidos de jardín, aullidos de pasos por los que volver. O no.

Suya, afectuosa:

Ciel.

Anaís dijo...

Estrenar sábanas florecientes, amasar un poema y recibir una almohada al vuelo... son esos sencillos placeres de la existencia. Me alegro mucho por ti. Enhorabuena por tu poema finalista, ¿me lo podrías mandar?

Be(r)sos

Anaís dijo...

Pasearé por tu insomne poema detenidamente, y ya te cuento. ¿Quién soy yo para ser dura? Para eso ya están la inquisición y los maestros. La inquisición nos amputa; los maestros (duros pero eficientes) nos ayudan a aprender y caminar.