25 de diciembre de 2011

La muerte de un miliciano

Se llamaba José Luis. Por una broma familiar todo el mundo le acabó conociendo como Jorge. Se llamaba Jorge. Fue uno de los últimos movilizados por la República para realizar labores de miliciano de cultura. Me comentó que una mañana tras el desayuno, la radio le informó que su mundo había cambiado. En este país unos militares rebeldes  habían iniciado la guerra. Poco después tuvo que abandonar la carrera (sus estudios de arquitectura). Se dedicó a enseñar a leer y escribir a los soldados, antes de ir al frente, a repararles los relojes desmontando pieza a pieza, introduciéndolas en gasolina (así limpió y reparó los instrumentos del tiempo que se han parado para él).
Le pedí en más de una ocasión que pusiera sus memorias en libretas, que año tras año le regalaba. No creo que lo hiciera. Me enseñó a amar sus Operas, en su habitación, a oírlas una y otra vez. Acudíamos al Real y en una ocasión tras un tropiezo, que casi le llevó al suelo, me conminó: "no sé lo digas a nadie, si se entera Verdi me dedica una coral". (Ibamos a escuchar Il Trovatore).
Se llamaba José Luis, era de origen navarro (del valle de Belagua) y repetía con Unamuno: "el pensamiento y navarro, no puede ser".
Se llamaba Jorge, gustaba en estas fechas cerrar la cena indicando cómo quería ser incinerado y llevado a las fuentes del Manzanares, para un último viaje hasta Madrid, y qué opera quería que sonase entretanto. Me lo dejó encargado y no he podido cumplir con su deseo.
Le lloro y espero que él comprenda y me  perdone.
El, José Luis Belaza Isabel, miliciano de cultura.


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