7 de abril de 2015

Neruh al teléfono de otros ríos secos. Cuaderno de la India (de mi vida en un Ashram)


Cruzando el Ganga hay otra Rishikesh donde te recibe el torso de un oficinista de escayola que guarda un razonable parecido a Nehru. Parece sostener un teléfono aunque en realidad apoye su mano sobre la oreja, rodeado de carros vacíos y ruedas salvavidas, mortalmente aburrido en su recóndito parque. Mi escueto, inexistente sánscrito me impide leer la leyenda sobre la que descansa. Allí mismo un niño limpia cuidadosamente un trapo inlimpiable y al parecer valioso, le observo un rato sentado y cuando repara que le voy a hacer una foto se peina. Es un gesto repetido, con el que explicablemente, me siento identificado. 

La mañana ha comenzado con una práctica sobre la azotea del edificio que alberga las Salas de Yoga. He salido a las 5,30 a pasear bajo la inexistente luna y aguardar la aurora, una suerte de lujo, en el cual el mundo y yo nos desperezamos al unísono.
Al salir, un chico me explica que su gurú lo ha mandado seis meses al mundo, para que lo conozca y sobreviva en medio de él, después de 6 años de aprendizaje. Me produce una misericordia inmensa su gesto indefenso y no sé qué puedo hacer por él (entre darle  un consejo o un plátano, opto por lo segundo). El resto los guardo cuidadosamente en la mochila para no padecer de nuevo el ataque de los monos, ladrones de plátanos, del puente por el que dispongo a cruzar al otro lado de la ciudad…



Sé que todos los ríos son el mismo río, aunque atravieso uno casi seco, que arrastra los desechos de la ciudad y donde viven los únicos cerdos que he visto en India. Y entre ellos un poblado de subcasas (y esa es, a veces, ya es una catalogación harto difícil de establecer aquí). Sin luz ni agua, salvo la de las cloacas, sus habitantes no parecen tristes aunque me pongan triste.
De regreso, a la puesta de sol, Miski Biski (el ratón de razia, que me acompaña cuando salgo fuera del Ashram) se ha encontrado con un 5 de picas negro y me lo muestra orgulloso sobre una de las rocas del río, del otro río, el que no está seco, el río que nos salva de la tristeza.
















(El día acaba con un grito, el que emite un inmenso insecto negro, al que encuentro al entrar en la habitación. Siempre hay alguien que se puede asustar más que tu…)

No hay comentarios: